Lucas Gómez Portillo.
I
La certeza invadió la montaña helada, la última expedición había fracasado. La endeble esperanza se había terminado, como la comida, que se reducía a unos pocos huesos casi desnudos.
El fracaso había sido predicho por el tiempo transcurrido desde que salieron los dos exploradores, embarcados en la aventura que hoy la radio anunciaba mortal. Después de los 10 primeros días sin noticias, cada hora que pasaba no hacía más que confirmarlo. La voz aguda e interrumpida por la interferencia informaba que un puestero había encontrado dos cuerpos sin vida a un par de kilómetros de un río, sus nombres no dejaban lugar a duda, eran ellos. Según relató, se encontraban en muy mal estado, con visibles rastros de deshidratación e intoxicación, de por lo menos un par de días. Habían pasado 15 días ya desde que sus figuras se habían perdido en el blanco infinito buscando ayuda.
Para muchas mentes hambreadas y cuerpos famélicos de la cada vez más reducida comunidad eso fue un golpe de gracia, pocas cosas en esos más de 80 días habían sido tan críticas para el grupo, todos sintieron que nada volvería a ser igual y que nada de lo vivido se podría comparar con lo que estaba por transcurrir.
Ese sentimiento se vio interrumpido, momentáneamente, por lo que siguió diciendo la voz radial. El hallazgo había hecho acelerar y ampliar los trabajos de búsqueda en esa zona y alrededores por parte de las autoridades. O sea que había una pequeña posibilidad de que los rescataran. El tema era que los cadáveres no contaban con carne suficiente como para asistir al grupo, no alcanzaba más que para uno o dos días, con la conciencia de que a esta altura de sus necesidades vitales no podrían estar mucho tiempo sin comer.
II
Cristian hacía tiempo que no paraba de pensar, quizás nunca lo hizo desde la caída del avión. Al principio trataba de recordar cosas sencillas y rutinarias, como cuáles materias le quedaban rendir, o los nombres de todos sus compañeros de primaria, o trataba de recordar cuántos pasos cubría el camino desde la entrada de su casa hasta el patio. Había leído en una “Muy Interesante” que el secreto de un náufrago del Pacífico para no perder la cordura era mantener pensamientos que lo conectasen con su vida previa con el mayor nivel de detalle posible.
Ni bien entendió que su situación y la de sus compañeros se extendería en el tiempo puso en funcionamiento ese mecanismo que lo pondría a salvo de la locura.
Había notado que en los últimos días cada vez recordaba más cosas, con mayor claridad y una profundidad inexplicable. En un momento se encontró repasando cada movimiento de una partida de ajedrez que había disputado con un tocayo suyo del barrio de su infancia, movimiento por movimiento, con una precisión que lo sorprendió. No tardó en comenzar a recordar otras partidas o resultados de la liga de fútbol, con un detalle minuciosamente aterrador. En ese momento pensó que el tipo de alimentación y la cantidad de horas de ejercicio mental habían logrado mejorar su precaria memoria de una manera inexplicable, pero luego dejó de cuestionar o indagarse al respecto, solo aceptó que su mente había superado todo límite.
En ese trance empezó a recordar textos de autores conocidos y no tanto, que le permitían escribir en su mente reflexiones profundas sobre lo que estaba viviendo y sobre los movimientos y los de sus compañeros de infortunio. También en este caso sospechó de esta asombrosa capacidad, ya que incluso, muchas veces, le costaba recordar haber leído algo de los autores que le servían para reflexionar. Nuevamente se escudó en factores como el entrenamiento mental que había desplegado y el tipo de proteínas que ingería. Esto último recordó que justamente era una de las tesis de un explorador holandés del 1500, Van Hortgüein, luego de haber estudiado a una comunidad de aborígenes en una isla asiática que tenía por costumbre el consumo de carne humana. Si bien en este caso Hortgüein le parecía en lo cierto, cada vez le parecía más arrogante dicho autor, al punto en que un día entero había estado, en sus entrenamientos mentales, planeando decirle varias consideraciones, incluso amenazarlo o agredirlo si así hubiera sido necesario.
En los últimos días se había acercado mucho a Damián, con quién no tenía tanta relación previa. Pasaban horas charlando sobre muchas cosas íntimas, reflexiones y generalidades. Damián empezó a hacerse fanático de la erudición de Cristian, sus agudas reflexiones y su amplio conocimiento de autores de todo el mundo. En esa dinámica más de una vez Damián terminaba escuchando en silencio las largas exposiciones que realizaba Cristian.
En una de esas jornadas Damián interrumpió su mutismo y a su interlocutor. “Che Cristian ¿Vos sabés una cosa? ¿A vos qué te parece lo que comemos? No sé lo he dicho a nadie, pero… Nada, mejor deja…”.
En ese momento Cristian intrigado le insistió de que le diga que estaba pensando, “dale, largá, si acá hay confianza…”.
“Es que es algo que me pasa, y no sé si le pasa a los demás, me da como cosa, una culpa, no sabés”. De a poco Damián se fue soltando, contando que lo que le estaba pasando en los últimos días, signados por la escasez de comida. Ya no solo sentía que lo hacía para sobrevivir, no solamente. Le contó que hacía unas tres semanas que había empezado a sentirle un gusto diferente, algo cuyo gusto empezó, de alguna manera, a disfrutar. Cuando dijo esa palabra sus ojos se humedecieron pero, notó Cristian, también su boca mostró una leve sonrisa, incómoda y casi imperceptible. Damián confesó que en estás épocas de racionamiento y escasez empezaba a extrañar ese sabor.
Después de una pausa Damián arremetió de nuevo. “Pero últimamente he notado que nuestra carne me da energía, como si transmitiera algo de los compañeros caídos, no sé, es difícil de explicar, por ahí trato de adivinar de quién era, pero, nada es algo raro, deja, son cosas mías”. La charla concluyó abruptamente cuando otro de los miembros del grupo interrumpió para buscar algo en unos bolsos cercanos.
Durante varios días no volvieron a hablar hasta que, por la tarde del anuncio radial, Damián se acerco dónde Cristian estaba tomando sol a unos metros del fuselaje. Durante unos minutos nadie dijo una palabra, pero Damián decidió frenar la pausa muda. “Está difícil la mano, en nada nos quedamos sin comida y cómo seguimos?”. De nuevo se hizo una pausa, esta vez todo inundado de preguntas.
“Pero, entonces ¿Vos que decís? No entiendo”, replicó Cristian. “Acá ya no hay cadáveres, y si esto sigue así la naturaleza los va a producir sola. La cuestión es si tenemos tanto tiempo, día que pasa día que no sé si la contamos”. Ahí fue cuando Damián redondeo la idea que había empezado, “esto se ha tratado siempre de sobrevivir, primero comiendo lo poco que había, esperando ser rescatados, después cuando ya no había nada de lo que rescatamos del avión no quedo otra que comer la carne de los fallecidos, a mí me costó mucho al principio, pero justo ahora ya no quedan cadáveres y nuestros cuerpos no están en condiciones de esperar que alguno muera, hay que actuar, y rápido. No solo porque lo necesitamos, sino porque he escuchado cosas que me hacen pensar que sino otros van a actuar primero…”.
La primer reacción de Cristian fue de rechazo a esa idea, le dio un profundo espanto lo que su compañero le acababa de mostrar, una cosa había sido volverse caníbales por necesidad con cuerpos sin vida otra muy diferente era asesinar a los miembros del equipo para poder comer y seguir viviendo. “¡Basta, estás loco flaco, te ha hecho mal la altura!”, le dijo Cristian cortando abruptamente la charla y se fue de nuevo a los restos del avión”
III
Mientras se miraba en el único espejo que tenían Cristian no podía dejar de pensar en lo que acababa de escuchar, y de a poco, viendo su ruinoso rostro, empezó a reconocer que esa idea alguna vez se le había atravesado, y ahora que lo había oído de otro se daba cuenta que era irremediable que por lo menos algunos de los demás del grupo estuvieran evaluando esa situación, ya que, dado su situación era el único camino realista posible. Si habían logrado tomar una decisión clave cuando ya no tenían comida que hubiera sido impensada días antes ahora está nueva situación podía generar comportamientos radicalmente diferentes respecto a cómo sobrevivir. “Igual no va a pasar, no, seguro algo se nos ocurrirá, hay que pensar”.
Entonces empezó con sus entrenamientos mentales nuevamente, buscando datos o ejemplos que pudieran dar nuevas respuestas.
Luego de ordenar alfabéticamente todos los nombres de los presidentes latinoamericanos desde el siglo XIX, empezó a recordar algunos estudios respecto a las tendencias conductuales en relación la situación de escases o abundancia de recursos, incluyendo algunas versiones del dilema del prisionero. Pensó especialmente en las citas del Profesor Koolsen, de la universidad de Pensilvania, que hacía especial hincapié en el factor tiempo como determinante a la hora de incentivar conductas egoístas como estrategias favoritas de los participantes sobre aquellas de tipo altruistas.
Esto le llevo a pensar en cómo el tiempo había sido definitorio en los últimos meses, pero también el contexto.
Se puso a pensar que la misma escena no hubiera existido en un lugar de templado a cálido, la carne se podriría muy rápido y no tendría sentidos su consumo para sobrevivir, no hubiera sido importante ese recurso en otro contexto. Esto deja, reflexionó, dos enseñanzas, primero que aquello que aterra y amenaza muchas veces, o para no exagerar, algunas, es el vehículo de la salvación, en este caso el frío extremo, y lo segundo todo es contexto, siempre, pero la rutina y normalización nos hace que esto nos resulte imperceptible. Dicho de otro modo, en el escenario cálido la estrategia hubiera resultado otra y posiblemente su éxito hubiera sido mucho menos evidente, o quizás hubieran sido otros los recursos.
Lo cierto es que ahora el tiempo jugaba otro partido, esperar podía resultar en un ataque de otros que pensaran que la estrategia mejor en ese contexto era producir nueva comida a costa de vidas ajenas, o simplemente que todos murieran rápidamente debido a la debilidad que ya traían y la hambruna que estaban padeciendo.
Por otra parte el contexto se completaba con la posibilidad de que no tardará tanto en llegar el rescate ya que los cuerpos de sus amigos indicaban a las autoridades que ellos no estaban tan lejos. Pero, había que estar vivo para cuando arribaran los rescatistas, si es que eso pasaba.
Pero también lo invadió otra serie de preguntas ¿Y si el rescate demoraba todavía meses? ¿Cuánta comida tenían que generar? Y, una vez que la lucha empiece ¿Cuándo termina? ¿Quien la termina? ¿Cómo?
Por primera vez se sintió aturdido en su rutina de pensamientos, se fue a buscar agua y se quedó mirando la luz del atardecer.
IV
Con las últimas horas la noche en ciernes empezó a mostrar un clima tanático en el grupo, o por lo menos eso empezó a sentir Cristian con pesada claridad.
Estaba en ese trance cuando empezó a observar a Damián recorrer el espacio con ojos extraviados y movimientos nerviosos.
Pudo ver entonces cuando Damián sacó de su bolsillo uno de los filos con los que cortaban la carne y, mientras tomaba a uno de los muchachos del pelo por su espalda, atravesaba el cuchillo improvisado por el largo del cuello frontal, generando un inmediato flujo de sangre que brotaba del cuello cercenado, junto con un montón de gritos de los demás integrantes de la desgracia.
Cuando otro de los miembros se acercó a asistir al degollado empujando a Damián a un costado Cristian pudo tener la convicción de que los demás solo se habían visto anticipados por Damián, todos iban, tarde o temprano, a buscar sobrevivir y defenderse.
Dicha convicción llevo a qué Cristian sin dudarlo saliera a defender a Damián contra quién lo estaba atacando. La escena terminó con un fierro incrustado en un extremo en el vientre del agresor de Damián, en el otro extremo las manos temblorosas de Cristian. De a poco los demás empezaron a intentar frenarlos.
Lo que siguió puede ser definido como un sacrificio humano que tuvo un primer impase cuando solo quedaron dos bandos de dos personas cada uno, por un lado los últimos sobrevivientes del embate y por otro Damián y Cristian completamente decididos.
Ese duelo de cuatro, que duró demasiado, finalizó abruptamente a favor de quiénes mayor determinación habían demostrado. Al caer la noche Damián y Cristian eran los últimos sobrevivientes en esa montaña maldita, en esa chatarra helada.
Llegaron al amanecer sin haber pegado un ojo, mirándose de frente queriendo descifrar la intención del otro. Cómo saber si la comida sería suficiente hasta ser encontrados y cómo estar seguros de que el otro no terminaría el trabajo para evitar que el otro no lo termine primero. Estaban tan exhaustos como vigiles, ninguno quería equivocarse, dar un paso sin retorno.
Cristian no podía quitarse de la cabeza la mirada, e incluso la mueca risueña, de Damián. Rápidamente entendió que debía actuar antes de que la energía se acabara o Damián tomase la iniciativa.
Espero el momento, aprovecho un espacio de distracción de su oponente y le arrojó un cubo de metal muy pesado que había formado parte del desvencijado avión, el cual impactó en su nuca. Ahí quedó tendido Damián, rendido entre cuerpos y charcos hemáticos. Cristian sacó el fierro cortante sacrificial de la mano de Damián, miro a su amigo tendido y no se animó a dar la estocada final. Decidió atarlo y dejarlo vivo, de alguna manera era gracias a él que estaba vivo y podía sobrevivir, además todavía la culpa retrasaba sus instintos.
Lo arrastró hacia dentro y se durmió a su lado.
V
Durmieron y perdieron la conciencia varias veces, los días siguieron a las tardes y noches, las mañanas se oscurecieron, y las tardes se volvían luminosas, ninguno de los dos podía ya distinguir cuántos días habían pasado, todo era confusión.
Cristian mantuvo atado a Damián, no confiaba en él. Las pocas energías que le quedaban las utilizaba para cortar los cuerpos para preparar los bocados, primero comía Cristian. Luego le llevaba a Damián y le ponía la comida en la boca. Cada tanto le acercaba agua. No hablaban ya mucho y los ejercicios mentales de Cristian eran cada vez más imprecisos, erráticos y esporádicos.
La soledad albina infinita de golpe se vio asaltada por un ruido atronador al que le siguieron gritos eufóricos, “¡Acá hay alguien!”. Cristian salió de la gélida modorra con ese grito y el zamarreo que le siguió “¡Hey, hey! Amigo, mírame ¿Cómo te llamás?” Ahí cayó de que era el rescate ¡Estaban salvados! Mientras lo subían a una camilla y le daban agua gritaba que estaba Damián ahí a unos metros. Sintió que lo subían al helicóptero mientras le decían que sí, que se quedará tranquilo que están buscando a su amigo. Mientras se largaba a llorar de la alegría y la amargura se convenció de que Damián estaba en el otro helicóptero que vio al salir de los restos del avión.
Al llegar a la base le preguntaron por los demás miembros de la tragedia, iba repasando rápidamente el destino de cada uno, hasta relatar brevemente el último episodio trágico. Mientras explicaba cómo había comenzado todo con la intervención de Damián, notó que los agentes que lo entrevistaban cambiaban sus caras y se volvían entre ellos haciendo comentarios en voz baja. Cada vez que Cristian mencionaba a Damián el efecto era idéntico.
Lo dejaron solo un rato y en esa habitación empezaba a sentir un calor que extrañaba, pero también esa sensación rápidamente se transformaba en malestar e incomodidad. Empezó a pensar en Damián, en los silencios y comportamientos extraños de sus entrevistadores y entendió todo, Damián estaba muerto.
Cuando uno de los agentes volvió a ingresar Cristian le pregunto cómo estaba Damián, el agente le dijo “sí, justo por eso volví, usted menciona a Damián, y la cuestión es que estuvimos mirando los registros y, nos llama la atención…” . “¿Qué cosa? ¿Está muerto? ¿Qué está pasando? Yo les expliqué que lo tuve que atar porque no sabía que iba a hacer…” agregó desesperado Cristian.
Su interlocutor, luego de intercambiar una mirada con otro agente que acababa de entrar, le dijo: “Es que no es eso, es que le digo que revisamos los registros de los pasajeros del avión y de la tripulación y… es curioso, algo no cuadra… no encontramos a ningún Damián”.
VI
“ACTA DE CONSTANCIA DE NOVEDADES EQUIPO DE RESCATE. Siendo las 22 horas del día 2 de febrero de 1977, en el departamento de Malargüe, provincia de Mendoza, Argentina, los suscribientes, miembros del equipo de rescate de la Brigada de Alta montaña deja constancia del operativo de rescate de los restos del avión designado como objeto de búsqueda 7698 en al zona de alta montaña, conforme dato brindado por patrulla aérea que había avistado restos en la zona asentada en Libro de vuelo número 338/70 a fs. 30. Se procede a dar inicio al vuelo con dos unidades a las 9.30 hs. Arribando al lugar a las 10.15 hs, se desciende al lugar donde se visibilizan restos positivos desde el aire. Al proceder a descender y reconocer terreno se informa lo siguiente: 1) en dicha locación no se encontraron sobrevivientes, 2) se recomienda instruir una investigación respecto al hallazgo de decenas de cuerpos mutilados conforme se detalla en acta secreta anexa. Sin otro novedad que informar se da cierre a esta acta”.
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