Lucas Fernando Gómez Portillo Funes

La formación de Gargarella en el círculo de Carlos Nino viene de la mano de una tradición trágica y habitualmente inadvertida que define prácticamente a todas las escuelas y grupos ligados al constitucionalismo Argentina desde mediados del siglo XX.

Al volver la democracia Carlos Nino fue uno de los protagonistas del diseño del andamiaje constitucional e institucional, de la mano de Raúl Alfonsín. Dentro de las cuestiones estructurales decididas se observa la respuesta a la siguiente pregunta: ¿Cuál sería la Constitución que se consideraría vigente: La de 1949 o la de 1956? La fuerza gobernante, junto con liberales y conservadores que hegemonizaban la academia desde hacía décadas de dictaduras previas, y el silencio del disciplinado peronismo, decidió por tomar como vigente la constitución de facto de 1956, de la cual el presidente electo recitaba su preámbulo en campaña.

Esa decisión, tomada luego de bombardeos, persecuciones, desapariciones, torturas y todo tipo de procederes antijurídicos, implicó, esconder el texto de 1949 bajo la alfombra, terminar de borrarle de los discursos y textos académicos y de la cultura argentina, silenciando que en 1956 se impuso una constitución por la fuerza.

El resultado de esa decisión fue que se montara, desde 1983, una democracia de baja intensidad, con la anulación de principios generales como la Independencia Económica, la Soberanía Política y la Justicia Social, todos déficits evidentes de las décadas posteriores. Asimismo se borraron mecanismos de intervención y regulación estatal sobre la economía que hubieran permitido una democracia más plena e igualitaria.

Esa ruptura jurídica evidente y su consiguiente falacia histórica devinieron en una herida en la memoria nacional.

Esta grave situación es sistemáticamente callada por Gargarella, hijo dilecto de la tradición negacionista de nuestro constitucionalismo patrio, conformando una comunidad con todos los autores que hasta hoy siguen sosteniendo esa hegemonía antipopular.

¿Cómo puede ser que el adalid de la progresía calle esta atrocidad y no la pondere en cada una de sus intervenciones? Pues, porque él forma parte de ese dispositivo de silencio, que en definitiva es lo que ha minado nuestro desarrollo nacional, nuestro progreso y la posibilidad real de llegar a acuerdos perdurables entre los diversos sectores a los cuales Gargarella convoca permanentemente a un diálogo mágico (si es que el diálogo que él imagina incluye verdaderamente a los sectores nacionales y populares, nos permitimos dudar).

Es habitual su referencia a la sala de máquinas, como aquello que se refiere a la organización del poder público ¿Y las herramientas de regulación económica no son parte del instrumental de esa sala? ¿Cómo pretende que se pongan límites igualitarios en una sociedad donde la Constitución no le da herramientas suficientes a la autoridad democrática para ejercer límites a los atropellos, y a la vez no regula sobre cuestiones elementales para nuestro pueblo como es el endeudamiento exterior y la fuga de capitales?¿Cuál es su opinión?

Seguro que cuando hable de la Constitución del 49 empiece por postular argumentos que justifiquen su derogación por un bando militar en lugar de analizar su pertinencia histórica, su potencia instrumental transformador, la tragedia que significó su anulación ilegal y la posibilidad de discutir su vigencia parcial actual, considerando que fue derogada por un bando militar.

Es difícil pensar que se pueda habilitar un diálogo, y ese constitucionalismo dialógico con el que tanto arremete, con alguien que estimula el odio, cuestiona la política organizada del sector nacional y popular y es agente del negacionismo histórico nacional. Para sentarse a dialogar por lo menos cada quien debería sincerar sus trayectorias e intereses, sobre todo cuando los intereses en juego son tan fuertes, determinantes y están profundamente arraigados a nuestra historia constitucional.

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